jueves, 5 de octubre de 2017

El mundo puedo cambiar, de repente un día cualquiera en un autobús cualquiera.

El otro día iba yo en el bus. No soy yo muy asidua del transporte público. No me gustan los horarios, estar pendiente de una hora fija y ni buscar donde está la próxima parada o qué parada está más cerca de mi destino. No, los horarios no van conmigo, me ponen nerviosa.
Prefiero la libertad que me da el coche. Puedo ir donde quiera cuando quiera, sin horarios, sin paradas. Pero bueno, supongo que será a lo que te acostumbres.

A veces, hay días que por el motivo que sea, toca aguantar e ir en transporte público.
De repente, uno de esos días cualquiera, me encuentro dentro de un autobús, que por cierto va a tope de gente.


Fuera hace el típico día lluvioso, de esos días pegajosos, grises, encapotados. Dentro voy sufriendo un calor horrible (el que desprende el bus y humano). Es un calor malo. Del que huele. Del que marea. Para mayor inri pillamos atasco. 😔


El autobús avanzaba a trompicones. Avanzaba unos metros. Parada en seco. Volvía a avanzar otro poco. Frenazo y parada en seco. No se si por la falta de costumbre, por el calor, por la lluvia o por los frenazos, yo tenía el estomago del revés. Menudo mareo.

Yo creo que se me notaba en la cara. Cuando me mareo cierro los ojos, tengo la sensación de que así lo llevo mejor (o menos mal). En uno de estos frenazos abrí los ojos, enfrente mío iba sentado un chico con gorra francesa y unos llamativos calcetines color rojo que destacaban entre el pantalón y los zapatos. Me miraba con cara de pena/miedo. Pena porque se me notaba el mareo y que lo iba pasando mal. Muy mal. Miedo porque creo que pensaba que no aguantaba hasta el final y me tocaba pedir una bolsa con prisa. Intenté sonreir para que viera que no iba tan mal. Pero me fue imposible. Creo que le di más pena aún.


El autobús iba realmente lleno. Muchas personas iban de pie, algunas personas incluso iban casi en la puerta de salida, al lado del conductor. De hecho había una señora de pie, justo al lado del conductor. Se ve que la señora llegaba tarde a donde fuera y había decidido que la culpa la tenía el conductor. Menuda bronca le iba echando. Que porqué no iba más rápido, que ya bastante caro es el billete de autobús como para que encima vaya tan despacio, que si iba a poner una reclamación escrita... y el pobre autobusero aguantando estoicamente con cara de:
 - Y a mi que me cuenta señora. Si yo soy un "mandao".

Como si el conductor tuviera la culpa de que la señora hubiera cogido el autobús tarde. El cabreo de la señora no ayudaban precisamente a calmar mi mareo. Sólo de escucharla me ponía dolor de cabeza.

Entre frenazo y frenazo me pareció escuchar una pequeña vocecita al fondo del autobús, al principio no se oía bien, pensé que empezaba a delirar (soy muy tremendista). Sí, la voz existía, cada vez se escuchaba más fuerte. Abrí los ojos y miré  hacía atrás.
Vi una niña, con coletas sentada en las piernas de su madre. Estaba cantando, no sé que canción era. Una de esas que enseñan en la guardería. Coreografía incluida, un pequeño baile moviendo los brazos. Ella estaba feliz. Era feliz. En medio de ese cúmulo de caras largas y serias, en medio de ese atasco gris y lluvioso, era como un arco-iris cantarín en medio de esa masa color gris adulto. Sonreía. Parecía como si estuviera iluminada por un rayo de sol en medio de la tormenta.



Siguió cantando, se vino arriba, cantaba cada vez más alto. Yo volví a sonreír, miré al chico de la gorra francesa y calcetines rojos, sonreía también. Me di cuenta que más pasajeros observaban a la pequeña de las coletas. Todos sonreían. Incluso alguna risa (de felicidad) se escapó. Ya a nadie le importaba el atasco, ni la lluvia, ni el calor. Ya solo se oía de fondo los gruñidos y quejas de la señora que llegaba tarde. Aunque por la cara del conductor intuyo que ya ni la escuchaba, yo creo que iba tarareando la canción de la niña (aunque esto no atrevo a asegurarlo).

Con sus coletas y su canción nos contagió a todos de su felicidad. Esa inocencia tan pura.

Yo me pregunto. En qué momento mutamos y pasamos de ser esos niños felices y cantarines a ser la señora que llega tarde? que nos convertimos en adultos enfadados, preocupados... y grises.

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